lunes, abril 03, 2006

La Reina de Copas

Todas las luces se encendieron de golpe. La música paró y la gente empezó a desfilar. Iban cogiendo sus chaquetas, bolsos y perfilando el camino hacia la salida. Uno de los dos camareros desapareció por la puerta que estaba al lado de la barra donde un cartel rezaba “Personal”.
El otro camarero empezó a recoger las copas, botellas y demás cosas que estaban encima de la barra. Hasta que la última persona no salió del bar y él se dispuso a ir a la puerta para cerrarla, no se dio cuenta que en la última mesa aún había alguien.

La mesa en cuestión esta en el fondo del local, justo debajo de la escalera que lleva hasta el servicio de baños. Allí sentado había un joven.

- Por favor, estamos cerrando.

El chico no hizo ademán de moverse. Actuaba como si no se dirigiera a él. La mesa estaba llena de copas. No parecía que todas fueran suyas, a primera vista reconoció un par de combinados que bien podrían ser de Vodka o whisky aún por terminar. No recordaba quien más estaba en esa mesa. Había sido una noche muy movida y no se fijó en el entrar y salir de la gente.

- Oye, por favor. A algunos nos gustaría irnos a casa.

El chico levanto la cabeza. No lo reconocía. No era de los habituales.

- Perdona, no me había dado cuenta de la hora que es.

Se levanto, cogió una chaqueta que tenia a su lado y se dirigió a la barra. Ya llevaba una copa de más. Se notaba al andar. No había mucho trecho entre la mesa y la barra y tropezó como cuatro veces antes de llegar a un taburete de la barra y sentarse.

- Oye. ¿Te importa que me tome una última copa, mientras tú cierras?

El camarero se lo miro con cara de pocos amigos. Estaba agotado.

- Te juro que no te molestare. Cuando hayas recogido la última mesa me largo y te pago.
- ¿Qué tomas? – Preguntó resignado.
- Gracias. Un vodka con naranja.

El camarero se dio la vuelta para coger la botella de vodka, una copa al cual le puso dos hielos y un posa vasos. Volvió a girarse y sirvió al muchacho que mientras tanto, se había sacado de un bolsillo de la chaqueta un paquete de tabaco.

- ¿Cómo te llamas? – Le preguntó.
- Juan. – Le dijo mientras acababa de servirle la copa.
- Mucho gusto. Soy Pablo.

Dejó el paquete a un lado y estiró el brazo hasta alcanzar un cenicero. Después dio un trago y empezó a buscar un mechero. Juan al ver que no lo encontraba, le acercó el suyo.

- Gracias. – Le dijo mientras Juan le encendía el cigarro. – ¿Sabes una cosa? Hace 2 años que no fumaba. Y hoy, no se porque, he empezado de nuevo.
- Es un mal vicio. Y caro – Le contesto Juan.

Juan salió de la barra y empezó a recoger las mesas. No había muchas, unas diez como mucho.

- Mira, ya lo he encontrado.

Juan se giró y vió que Pablo le enseñaba un mechero de esos que venden en el estanco y que no se pueden recargar. En la misma mano llevaba algo más…

- Y esto otro, el por lo que esta noche estoy así.
- ¿Una foto? – Pregunto Juan.
- Más o menos.

Juan no le hizo más caso y siguió con lo suyo. De vez en cuando, cuando pasaba por su lado con la bandeja llena de vasos para ponerlos en la pica y lavarlos al día siguiente, veía a Pablo juguetear con la foto.

- Esto me ha destrozado la vida. – Volvió a decir.
- Entonces, ¿es alguien a quien conoces? – Preguntó intrigado Juan.
- Una mujer. ¿Tienes pareja, Juan?
- Eh… No, no tengo.
- No sabes la suerte que tienes. No te enamores nunca, el amor es muy traicionero. Te hace hacer cosas que estando en tus cabales, nunca harías.

Juan se empezó a poner nervioso. Ya llevaba un tiempo trabajando en el bar y sabía que unas de las cosas que nunca debes hacer es darle conversación a un borracho. El alcohol suelta la lengua y una vez empiezan, ya no pueden para.

- Todo es muy bonito… ¿Sabes?.... Todo es perfecto. Ella te quiere y tú también la quieres. Los días van pasando y ya no te acuerdas de cómo eras sin ella. No sabes ver el mundo de otra manera. Te lo tomas todo de diferente manera, empiezas a pensar en cosas que nunca hubieras pensado. Hacéis planes los dos, ya te ves casado y compartiendo toda la vida con ella. Por fin, has encontrado esa pieza que sin darte cuenta llevas toda tu vida buscando.

Juan mientras, ya ha recogido todas las mesas y empieza a colocar las sillas encima para poder fregar el suelo.

- Pero llega un día que vete tú a saber por que, te dice que se acabó. No te da más explicaciones. Simplemente dice que no puede seguir contigo, que se ahoga y que lo mejor para los dos es dejarlo. Y tú no sabes que pensar. Primero no te lo puedes creer. Piensas que volverá, que se dará cuenta del grave error que está cometiendo, que un día llamará a la puerta del piso que estuvisteis casi seis meses compartiendo y te pedirá perdón. Pero pasa el tiempo y ves que no vuelve. Tus amigos – que también son los suyos – te cuentan que las cosas le van bien. Que lo ha superado todo y esta rehaciendo su vida. Ellos también te dicen que va siendo hora que tú también lo hagas, que son cosas que pasan y que tienes que tirar para delante. ¿Y tú, entonces qué haces?

Juan se gira creyéndose que la pregunta iba dirigida a él. Pero enseguida se da cuenta que Pablo está hablando solo. Bueno, más que solo, se dirige a la foto que tiene en sus manos. También, se da cuenta que ha encendido otro cigarro y que tiene la copa casi vacía.

- Pero te das cuenta que no es tan fácil. Porque no solo se ha ido, sino que también se ha llevado algo muy importante. Tú alma. Te das cuenta que todo lo que eras era gracias a ella. Sin ella, no eres nada. No tienes nada. Nada sirve. Eres un cascarón vació. Sin identidad, sin personalidad, sin carácter. Solo te queda la opción de vagar sin rumbo. Ver pasar los días sin tener ningún interés en hacer nada que valga la pena…
- Oye. Perdona, pero…

Juan le interrumpe porque ya ha terminado de fregar el bar y le había retirado la copa y el cenicero.

- Es verdad, te había dicho que me largaría cuando acabaras. Perdona. ¿Cuánto te debo?

Juan se da cuenta que tiene los ojos rojos. Se siente un poco arrepentido del pobre diablo.

- Déjalo, está invita la casa.
- Vaya gracias.

Pablo se levanta coge la chaqueta y se dirige a la puerta.

- Oye, te cojo un paquete de tabaco.

Juan asiente con la cabeza. En ese momento el otro camarero sale por la puerta de personal.

- Adiós, y gracias otra vez.

Pablo se despide y cierra la puerta tras suyo. Entonces Juan se fija en la barra y ve que Pablo se ha dejado la foto. Juan la agarra y hace el ademán de seguirlo. Es cuando ve que la foto no es tal. Es simplemente un naipe.

- ¿Qué te pasa? ¿Quién era ese tipo?

Juan, con cara de pocos amigos, se queda mirando al otro camarero y deja la carta tirada encima de la barra.

- Nada, solo un borracho más.
- ¿Te ha contado algo que valga la pena?
- No le hice caso. ¿Has acabado ya?
- Si.
- Pues vámonos, estoy cansado.

Juan y el otro camarero cogen sus cosas y se marchan hacia la puerta. Justo antes de salir, Juan se detiene y abre el cuadro de interruptores que esta encima de la máquina de tabaco. Echa un último vistazo al bar antes de apagar las luces y cerrar las puertas.

En la oscuridad del bar una corriente de aire hace levantar la carta dejándola boca arriba. Allí se queda la carta, la reina de copas, gobernando un bar vació.


Espantoso juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierdo el gobierno de sí mismo.
Bodelaire.

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3 Comments:

Blogger Unknown said...

Te juro que me lo leo entero en cuanto tenga diez min... er... dos horas.

8:25 p. m.  
Blogger Armatoste-x said...

Je! Y si te digo que este relato, es más corto de lo que tenía que ser en un principio?
Al ver que me estaba alargando, lo he cortado en seco.

12:23 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

hola chacho!
Este post es el que mas me ha gustado. Aunque la carta en vez de la reina de copas podía ser la de corazones, no?
Un beso

10:29 p. m.  

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