domingo, noviembre 30, 2008

El Último Bus

Hace unos meses, cuando trabajaba en Vilafranca del Penedés, tenía que coger habitualmente el autobús. Cada día a las 9 de la mañana la misma letanía. Curiosamente, uno de los últimos días que tuve que cogerlo me pasó algo raro que rompió mi monotonía.
Una chica se me acerco y me pidió si la podía avisar cuando llegáramos a Vilafranca. Yo le dije que si y la chica se sentó en la fila de al lado de los asientos sin decir nada más.
Eso no fue lo extraño; lo extraño fue lo que me pasó a mi en ese momento. Me la quedé mirando fijamente durante, no se, cinco o seis segundos y enseguida mi mente desconectó y empezó, una vez más, a divagar dando forma a lo que es ahora. Algo que ni fue, ni pudo ser. Pero que de una manera especial, durante los 40 minutos que duró el viaje me llevó por otro destino. Tomando este "Último Bus".

La fatiga me consumía. El vuelo de regreso me estaba pasando factura. Me encontraba medio adormecido en la parada esperando que el autobús me recogiera de una vez por todas. Ya llevaba una buena media hora esperando y como tardará mucho más, ya me veía durmiendo en el aeropuerto.
Cada vez me arrepentía más de no haber avisado a alguien. De no informar del regreso del hijo pródigo al hogar casi seis meses después de un exilio autoimpuesto.

La bocina me sobresaltó. Por fin. Se abrieron las puertas del autobús y, no sin tropezarme un par de veces, logre subir. El conductor me miró y refunfuñando me preguntó mi destino. Le pagué el viaje y me dirigí hacía un asiento libre. No había casi nadie. Escogí un asiento más menos por la mitad y allí me aposenté.

No me fijé hasta mas adelante, cuando el bus ya estaba en pleno viaje, que en el otro lado había una chica sentada. No se puede decir que estuviera sentada. Más bien estaba echa un ovillo en el asiento. Los brazos rodeando sus piernas y unos auriculares en sus orejas. Daba la sensación que en una de las curvas la chica se caería del asiento e iría rodando por el bus al ritmo de la música que estuviera escuchando.
La chica se dio cuenta enseguida que la había mirado. Giré enseguida la mirada observando por la ventana mirando el paisaje oscuro de la autopista.

No me di cuenta y la chica se me había acercado tanto que casi la tenía sentada a mi lado. No hizo ni el menor ruido.
"Hola", me dijo tocándome el hombro. En un principio me asuste, no la vi venir. "Ay, perdona. No quería asustarte".
"No, tranquila. Es que ni siquiera te oído acercarte" le dije.
"Ya, bueno, te he visto subir y he oído a donde vas. ¿Te molestaría mucho avisarme cuando lleguemos a la estación? Es la primera vez que cojo este bus y no quiero pasarme de parada."
"Tranquila, tampoco tiene perdida. Es la última parada. El bus no puede ir a ningún sitio más".
"¿Me avisarás igualmente?. Así estoy más tranquila".
"Vale, no hay problema".

No me había dado cuenta hasta ese momento lo realmente pequeña que era. No llegaría al metro sesenta. Y era muy delgada, delgada y grácil. Se movió con tanta facilidad hasta su asiento como si tan siquiera pusiera los pies en el suelo. Se volvió a sentar; esta vez de manera correcta me miro por última vez y me sonrió antes de volverse a colocar los auriculares.

Era guapa, no una de esas bellezas despampanantes que te dejan mareado y sin sentido. Era más bien una belleza frágil, como si de una muñeca de porcelana se tratase. Tenía el pelo negro y corto; el flequillo le tapaba una parte de la cara pero a pesar de eso pude ver sus ojos. Unos ojos verdes esmeraldas. Su tez blanca resaltaban unos labios carnoso con una peca muy cerca de us comisura.
La seguí mirando durante un rato hasta que el cansancio volvió a acosarme. Recuerdo haber cerrado los ojos, pero no dormirme. Pero me desperté justo cuando las primeras luces de la ciudad se empezaban a vislumbrar.

La estación estaba a escasos metros. Todos los ocupantes del autobús ya habían bajado en algún punto del trayecto. Solo quedábamos la chica y yo. Ella seguía en la misma posición donde se había quedado la última vez que la miré. Mirando a través de la ventana y tatareando una canción.

Me levanté y me acerqué a ella. "Ya llegamos", le dije. Ella ladeo la cabeza y quitándose un auricular de su oreja me dijo: "¿Hemos llegado ya?".
"Si, ya estamos llegando. Si tienes que coger tú equipaje, mejor ves haciendolo ya".
"No, que va. Solo llevo esta mochila. Ando ligera. Fíjate, nos hemos quedado solos los dos" Me dijo levantándose del asiento y oteando el autobús.

El autobús detuvo su marcha y abrió las puertas. Ella bajo primero, yo tardé un poco más al tener que recoger mi equipaje. Al bajar, el autobús no tardó en cerrar sus puertas y emprender el camino de regreso. No había nadie en la estación, apenas una farola nos iluminaba.


continuara...