martes, enero 01, 2008

¿Y por qué lloras?

Había sido un domingo soleado del cual ya no quedaba más que unos pocos rayos de sol. Corría una suave brisa que refrescaba un poco el ambiente, hacía como media hora que todo el mundo ya se había ido. A su alrededor no quedaban más que un par de personas recogiendo los centros florales y otras recuerdos que se habían depositado en la tumba.

No se permiten dejar los recuerdos más allá de la ceremonia de entierro; eso ya lo había entendido desde un principio. Así se evitaba en parte que se profanasen las tumbas y que los indeseables que les daba por asaltar el cementerio por la noche no tendrían con que hacer destrozos. Pero eso, no le quitaba esa extraña sensación en el cuerpo que tuvo cuando se entrevisto con el vendedor de la funeraria. Todo había ido muy rápido y el caballero había sido muy amable con él, a la hora de enseñarle los diferentes estilos de entierros que hay: las lápidas, los ataudes, etc. Pero al salir de allí lo único que recordaba era que hace unos meses, habían echo algo muy parecido pero para su boda.
Todo tan impersonal para unos y tan intenso para otros.

Aún le permitirían estar un rato más por allí . Al menos, hasta que cerrasen y para eso aún debería quedar mas de una hora. Entonces cerrarían las puertas del cementerio y se acabaría toda esta letanía.
Le dolía el pensar que lo que iba a ser una larga y prospera vida juntos, envejeciendo uno al lado del otro se había acabado; al menos para uno de los dos. Ahora solo le quedaría la opción de ir a visitarla de vez en cuando en este angustioso y tétrico lugar. Sitio para el reposo eterno rezaba en la entrada... Sí, el reposo eterno para unos y el eterno suplicio para otros.

En cierto momento, le empezaron a flojear las piernas. Tantos días sin dormir ya empiezan a tener consecuencias para él. Dio tres o cuatro pasos para atrás antes de caer de espaldas y quedarse sentado enfrente de la lápida. Resultaba cómico pensar que justo debajo suyo había un muerto en su misma posición.

Lo que empezó siendo un leve carcajada acabo en sollozos. Ya no podía aguantar más. Empezó a llorar sin parar, como un niño en su primer día de colegio al ver a sus padres partir.
El desosegó que sentía le hacía brotar una tras otra lágrimas sin parar. Una corriente de aire frió le hizo tiritar de mala manera y empezó a acurrucarse cruzando los brazos contra el pecho y agarrándose los hombros.

- ¿Por qué lloras?

La pregunta que provenía de justo al lado suyo le sobresalto de mala manera. A su derecha, de entre unos árboles apareció una niña. Él se levanto sobrecogido y con la mano se froto la nariz y los ojos. Sentía un gran escozor en los ojos.

- ¿Qué haces aquí? - Le preguntó él a ella.
- Estoy jugando.

La niña se acercó un poco más. Ya no estaba en la penumbra, la luz de una farola la iluminaba lo suficiente para poder verla. Era un niña hermosa, como solo lo pueden ser los niños a esa edad. Calculaba que no debería tener más de 12 años, trece a lo sumo. Llevaba un vestido de color azul que le llegaba a hasta las rodillas. En las piernas, unas zapatillas también de color azul y unos calcetines blancos. Era de tez blanca con la cara llena de pecas; con unos ojos enormes de color verde y el pelo color panocha recogido con dos trenzas una en cada parte de la cabeza.

- Este no es un buen sitio para jugar.
- Ya, pero siempre estoy aquí...

A la niña se la veía inquieta, tenía las manos en la espalda. En sus piernas no se le veía ningún arañazo ni tenía el traje sucio de barro.

- Vas muy limpia para estar jugando por aquí
- Soy muy cuidadosa, mis padres siempre me lo recuerdan. Y si llego sucia se enfadan mucho conmigo. Y no me gusta que se enfaden conmigo... aunque ya no pueden...
- Y que no debes hablar con desconocidos? Eso no te lo dicen?
- Si, pero... - la niña se acerco un poco más. Se puso la mano en el bolsillo y saco de él un pañuelo que le entregó. - ... es que te oído, y se te notaba muy triste.
- Pero si yo no estaba hablando?
Le cogió el pañuelo y con él se seco las lágrimas. El pañuelo desprendía un leve aroma de azahar.
- Te he oído llorar. - afirmó - ¿Por qué lloras?
- Pero, ya no lo hago.
- Pero lo estabas haciendo. ¿Estas triste?
- Si... - sonrió - Supongo que si. Me estaba despidiendo de alguien. Alguien muy querido para mí.
- ¿Y ya no lo volverás a ver?
- No lo creo. Al menos no ahora.
- A mí también me paso lo mismo con mis padres. Por eso estoy aquí. Aquí los recuerdo siempre. Y es como si nunca se hubiesen ido... Aunque no estén claro.
- ¿Siempre estas aquí?- Le pregunto contrariado.
- Si.
- ¿No vas a la escuela?
- No.
- ¿Y quien te cuida?
- Los hombre de aquí. Me tratan muy bien y me dan todo lo que necesito.
- Pero eso no es bueno, niña. Tú tienes que ir a la escuela, y hacer amigos, y... y todo lo que hacen todos los niños de tu edad.
- Ya... pero entonces, me tendré que separar de mis padres. Y no quiero. - Ahora, la que parecía contrariada era la niña.
- Si, claro. Pero eso no es bueno. - Él se agacho hasta que sus ojos posaron enfrente de los suyos y le agarró las mano. - Ya se que te duele separarte de tus padres. Pero debes hacerlo. Por muy doloroso que sea, la vida continua. Cuando una desgracia como esta te pasa, tienes que seguir adelante. Tanto por ti, como por ella. Porque es lo que ella desearía con todo el alma si te estuviera viendo. Tienes que sacar la fuerza necesaria de donde sea... y hacer que se sienta orgullosa de ti. ¿Me entiendes?
- No lo se...
- Oye, ¿Por qué no me dices tu nombre y quién se cuida de ti?
- Caballero! - El grito que proviene de la entrada del cementerio hace que él se levante y mire en esa dirección.
- ¿Es él? - Le pregunta mientras le suelta la mano.
- Oye... me lo puedes decir. Te juro que no me enfadaré. ¿Me oyes?

Se gira y no ve a nadie. La niña ha desaparecido.

- ¡¿Donde estas?!

Pregunta mientras va dando vueltas a su alrededor sin que nadie le responda.

- ¡Caballero! ¡Vamos a cerrar! ¡Debemos irnos todos!
- ¡Sí, sí! ¡Ya voy! ¡Solo un momento! ¡Aún esta la niña por aquí! ¡¿No lo ha visto?!
- ¡Pero señor! ¡Aquí no hay nadie más a parte de usted y yo!

Se queda parado. Un escalofrío le recorre el cuerpo. Enfrente suyo, justo donde unos instantes se había caído se encuentra una tumba y en ella su lápida reza: "Penélope Moreno Garcéa. De tus padres que te aman." Y una fecha: "1990-2002".
Una lágrima empieza a surcar por su mejilla. Instintivamente se la quita con su mano y es entonces cuando da cuenta que en ella aún está el pañuelo. El mismo pañuelo que la niña le dio. Se lo queda mirando fijamente y se da cuenta de un detalle que le había pasado desapercibido anteriormente. En el, hay bordado una flor, una flor y un iniciales: P.M.G.

- Hay que seguir adelante. - Dice en voz baja mientras deja el pañuelo al lado de la lápida. - Gracias.

Se gira y lentamente se aleja mientras otra corriente de aire levanta el pañuelo y se lo lleva.

Si alguien más estuviera presente en ese momente, juraría que se oía, muy a lo lejos la risa de una niña... Justo en la misma dirección que recorre el viento llevando consigo un pañuelo.

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